LITERATURA 1ª EVALUACIÓN

En la 1ª evaluación vamos a leer

EL ÁRBOL DE LA CIENCIA, Pío Baroja
Resultado de imagen de EL ÁRBOL DE LA CIENCIA

Para estudiar este apartado de la asignatura vamos a utilizar el blog de Itziar López, profesora de Lengua y Literatura.
En este blog tendremos tanto los apuntes que vamos a estudiar como el propio libro en PDF para descargar.

PDF EL ÁRBOL DE LA CIENCIA


APUNTES DE CONTEXTUALIZACIÓN


PÍO BAROJA Y SU OBRA


Os dejo también otros enlaces para ampliar o reforzar

ENLACE 1

ENLACE 1

El árbol de la ciencia, considerada una de las obras maestras de Pío Baroja, fue publicada en 1911 y su acción se desarrolla entre los años 1887 y 1898. En esta novela se nos presenta una visión hostil, áspera y pesimista de la sociedad española de finales del siglo XIX, lo cual encaja perfectamente con la personalidad de Baroja y con el ambiente dominante en la sociedad española de la época, marcada profundamente por lo que se ha denominado crisis de fin de siglo, la cual afectó no sólo a España sino a toda la Europa industrializada de la época.

CONTEXTO HISTÓRICO-SOCIAL EN EUROPA

El periodo histórico comprendido entre finales del siglo XIX y principios del XX en Europa se caracteriza por la inestabilidad y las profundas transformaciones tanto políticas como sociales.

Así, desde el punto de vista político, asistimos a hechos tan importantes como la división de las potencias en dos grandes bloques, el auge del imperialismo, el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la Revolución Rusa (1917)… Y paralelamente a todas estas transformaciones políticas, la sociedad europea va a experimentar también una serie de cambios sociales como quizás nunca antes se habían producido: crisis económicas cíclicas, desaparición progresiva de los artesanos, proletarización de las clases económicamente más débiles… Todos estos desequilibrios políticos, económicos y sociales dieron lugar precisamente a lo que se ha llamado crisis de fin de siglo.

Efectivamente, los críticos e historiadores reconocen que hacia 1885 da comienzo una crisis universal de las letras y del espíritu que se acabaría manifestando en todos los campos del saber humano (el arte, la ciencia, la religión, la política…) y, gradualmente, en los demás aspectos de la vida, con todos los caracteres, por lo tanto, de un hondo cambio histórico.

El sistema de valores burgués ha entrado en crisis. Según nos recuerdan Pedraza y Rodríguez, la burguesía conservadora que domina la sociedad europea durante la segunda mitad del siglo XIX generó una imagen de paraíso en la tierra que se sustentaba en la fe en el progreso y en la técnica. Y la técnica, efectivamente, avanzó muchísimo: invención de los tranvías eléctricos (1879), el telégrafo (1876), el fonógrafo (1877), el cine (1898), el automóvil (1900), etc. Pero estas invenciones y transformaciones no acabaron con los problemas del hombre. Así, en las postrimerías del siglo XX se extiende  un sentimiento de falta de fe en la técnica, una ola de desencanto ante los resultados de la industrialización y una actitud de rebeldía contra la estructura social, dominada por una burguesía enriquecida y una vieja aristocracia aburguesada.

En cuanto al pensamiento filosófico, el irracionalismo se alza en contra del positivismo de antaño y niega la razón como herramienta útil para explicar la vida de los seres humanos ya que estos se mueven por impulsos irracionales, los cuales, lógicamente, no pueden explicarse de una manera racional. Dentro de esta corriente irracionalista se incluyen tres filósofos que influyeron poderosamente en los artistas de la época: Arthur Schopenhauer, Sören Kierkegaard y Friedrich Nietzsche.

Según Pedraza y Rodríguez, el pensamiento de Schopenhauer, Kierkegaard y Nietzsche trae preocupaciones y angustias que el positivismo había querido ahogar. Y aparece justamente cuando el sistema político y social de la burguesía conservadora ha dado señales claras de limitación y agotamiento.

Por otro lado, las teorías evolucionistas de Darwin (1809-1882) hacen tambalearse los preceptos religiosos. El hombre se siente perdido, incapaz de adaptarse a los nuevos avances tecnológicos y a las nuevas formas de vida basadas, sobre todo, en la industrialización y en la consiguiente aparición de nuevas clases sociales como el proletariado.

1.3.- CONTEXTO HISTÓRICO-SOCIAL EN ESPAÑA


Esta crisis de valores propia del fin de siglo que, según hemos visto, afectó a toda Europa, se manifestó también de forma clara en España, país en el que, a las causas generales de la crisis europea, se unen “la peculiaridad de su organización política y la liquidación de sus últimas colonias”.

De hecho, el siglo XIX español había significado una continua lucha por modernizar el país y dotarlo de unas estructuras sociales y políticas adecuadas, pero el esfuerzo no había dado los frutos apetecidos. Así, a finales del siglo XIX la situación de España era desalentadora: España era un país atrasado que había perdido el tren del progreso y que se encontraba muy lejos del nivel de industrialización Europeo. Además, el sistema político de alternancia de partidos no funcionaba; la tasa de analfabetismo era muy superior a la de otras naciones europeas; y en las ciudades dormitaba una burguesía acomodada ajena a todo aquello que no fuera su propio bienestar personal, mientras que los núcleos rurales estaban gobernados por terratenientes, auténticos caciques dueños de las tierras y de sus gentes. La implantación del sufragio universal en 1890 no supuso que en las elecciones se expresara el sentir mayoritario del pueblo ya que se recurría sistemáticamente al fraude electoral. Este panorama económico, social y político tan desalentador, recogido en la literatura por los escritores de la época, hizo que cundiera el desaliento y se extendiera en algunos círculos restringidos la impresión de crisis social y política. Intelectuales como Joaquín Costa (1846-1911) y Ángel Ganivet (1865-1898) plantearon la necesidad de regenerar el país identificando sus problemas y proponiendo remedios eficaces para superarlos. La palabra “Regeneración” se convirtió así en una palabra clave en la época.

Importante en la época fue también la figura de Francisco Giner de los Ríos,quien fundó en 1876  la Institución Libre de Enseñanza, un centro educativo de carácter laico y liberal en el que se aplicaron nuevos y avanzados métodos de enseñanza y se promovió la relación personal entre profesores y alumnos. Así, gracias a la Institución Libre de Enseñanza, por cuyas aulas pasaron importantes escritores e intelectuales de la época, se introdujeron en España las teorías pedagógicas y científicas que se estaban desarrollando en Europa. Eso sí: siempre al margen del resto de los centros educativos del país, con un sistema de enseñanza caduco y basado en la memoria.

Un hecho trascendental se añadió a esta penosa situación en la que se encontraba España y contribuyó a sacudir aún más algunas conciencias: el Desastre del 98 y la consiguiente pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, lo cual provocó cuantiosas pérdidas económicas y humanas. El siglo se había iniciado con la independencia de los territorios españoles enclavados en el continente americano y se cerró con la pérdida de las últimas posesiones coloniales que España mantenía en América y Asia, lo que supuso el fin definitivo a cuatro siglos de dominio español en América. España había quedado relegada a potencia de segundo orden.

A raíz del Desastre, además, los nacionalismos cobraron nuevos vuelos y los movimientos obreros adquirieron fuerza y protagonismo. Al mismo tiempo, quizá como compensación de la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, se inició la ocupación del norte de África, con el acuerdo de Francia y el beneplácito de Inglaterra. Esta aventura colonial traería pingües beneficios para determinados grupos económicos y un sinfín de conflictos para la convivencia nacional. El más notable de ellos fue la  Semana Trágica” que estalló en 1909 en Barcelona como protesta contra el embarco de reservistas a Marruecos.
           

2. CONTEXTO CULTURAL Y LITERARIO


En este contexto histórico y social convulso que provoca la crisis de fin de siglo surgieron a finales del siglo XIX y primer decenio del XX en España e Hispanoamérica, al igual que ocurrió en los demás países de Europa, una serie de autores partidarios de una nueva literatura que reaccionaron en contra del Realismo y del Naturalismo que les precedía, promoviendo una renovación en el arte.

No obstante, a la hora de encarar el estudio de estos autores  nos encontramos con un problema: el término que debemos usar para designarlos. Tradicionalmente, estos autores de finales del XIX y principios del XX, a pesar de pertenecer a la misma generación histórica, se han solido adscribir a dos movimientos distintos: modernismo y generación del 98.  

En un principio, el término modernismo -empleado por los enemigos de las novedades- tuvo ciertos matices peyorativos, pero hacia 1890 Rubén Darío, junto con otros escritores, asumieron con insolente orgullo tal designación.

Posteriormente a la aparición del término “modernista” y “modernismo”, hace  su aparición el concepto de generación del 98. Salvando algunos precedentes de poca monta, fue Azorín quien acuñó el marchamo de “generación del 98” en una serie de artículos publicados en el ABC en noviembre de 1913 para referirse a un grupo de escritores que, sensibilizados ante el “espectáculo del desastre” y atentos a la “evolución del pensamiento literario fuera de España”, habían iniciado por esas fechas un movimiento de protesta social y de “renovación de las letras”. Y dentro de este término de “generación del 98” incluye a autores tan variados como Unamuno, Baroja, Maeztu, Valle-Inclán, Benavente, Rubén Darío y él mismo. En todos ellos -a juicio de Azorín- aparecen mezclados, en distintas proporciones, ingredientes de renovación estética y elementos de carácter sociológico (preocupación por el porvenir de España). Así pues, Azorín no consideró la “generación del 98” como algo deslindado del modernismo sino que se limitó a utilizar para los modernistas españoles un nombre que ha hecho fortuna: generación del 98. Los distingos vendrían más tarde.

Por lo tanto, lo que en su origen estaba claro (simplemente, un nombre distinto pero no una escisión o separación), ha sido objeto posteriormente de una abundante polémica. Y es que la crítica más moderna se divide en dos sectores: de una parte, quienes rechazan la oposición entre modernismo y 98; y, de otra, los que la admiten.

Entre estos últimos, es decir, entre los que contraponen ambos movimientos (postura que ha prevalecido durante muchos años), podríamos citar, por ejemplo, a Guillermo Díaz Plaja, quien, en Modernismo frente a Noventa y ocho (1951), divide a los escritores finiseculares en dos mitades irreconciliables. En general, los defensores de esta tesis ven en los noventayochistas suficientes rasgos que los separan de los modernistas: así, desde el punto de vista temático, el lugar primordial que ocupan los problemas de España y sus preocupaciones filosóficas; y, en lo estético, su sentido de la sobriedad. Todo ello frente al modernismo, que se caracterizaría -según ellos- por ser un tendencia esteticista (alejada de toda preocupación social) y “escapista”.

Frente a esta tesis está la de aquellos que no ven una contraposición entre modernismo y 98 y consideran que existe un solo y amplio movimiento artístico producto de la crisis de fin de siglo cuyos rasgos esenciales son la rebeldía y renovación del lenguaje, tanto en la poesía como en la prosa. Dentro de esta línea de pensamiento se incluye Ricardo Gullón. También Pedraza y Jiménez consideran que la división entre modernistas y noventayochistas presenta muchos puntos oscuros y, para evitar polémicas enojosas, optan por el término “generación de fin de siglo”, en la que se incluirían todos los jóvenes creadores que aparecen en escena a finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

En cualquier caso, lo cierto es que dentro de esta generación de fin de siglo existen dos vertientes: un vertiente estética, caracterizada por un intento de encontrar la belleza absoluta al margen de cualquier preocupación social; y la ética, protagonizada por quienes elevaron sus voces para sacar al país de la decadencia en la que se encontraba sumido. Entre estos últimos están los autores que tradicionalmente se han incluído en la generación del 98: Unamuno, Azorín, Maeztu y Baroja, además de Valle-Inclán por su amargos esperpentos y Antonio Machado por Campos de Castilla.

No obstante, algunos de los nombres citados rechazaron su pertenencia a la generación del 98. Este fue el caso de Baroja, quien en 1914 señalaba: “Yo no creo que haya habido ni que haya una generación del 98. Si la hay, yo no pertenezco a ella”. También Unamuno mostró siempre sus reticencias en diversas ocasiones. Sin embargo, la etiqueta de «generación del 98» hizo pronto fortuna y en ella se incluyó a los autores antes mencionados, los cuales presentan -según la crítica- una serie de rasgos comunes entre los cuales destacaremos los siguientes:

·         Inquietud por la situación del país y deseo de regeneración política. En este sentido, se podrían considerar herederos directos del Regeneracionismo.
·         Se detecta en sus obras la influencia de los filósofos irracionalistas Schopenhauer y Kierkegaard, de los que toman el tema de la angustia vital, las preocupaciones existenciales (interrogantes sobre el sentido de la vida, el destino del hombre...) y el pesimismo. De Nietzsche proviene la actitud religiosa ante el cristianismo o la valoración de la vida y la voluntad  frente a la razón.
·         Por otro lado, aunque cada escritor se esforzará por encontrar un estilo propio, personal y diferenciador, todos coincidieron en un rechazo al barroquismo y en la búsqueda de la precisión y la claridad.

Estos rasgos citados se manifiestan de forma clara en la obra que nos ocupa: El árbol de la ciencia.

BIBLIOGRAFÍA

·         DÍAZ PLAJA, Guillermo, Modernismo frente a 98, Espasa-Calpe, Madrid, 1966.
·         PEDRAZA JIMÉNEZ, Felipe y RODRÍGUEZ CÁCERES, Milagros, Manual de literatura española, Tomo VIII, Cenlit Ediciones,  Pamplona, 1986.
·         LÁZARO CARRETER, Fernando y TUSÓN, Vicente, Literatura española, Anaya, Madrid, 1987.




MODELO DE EXAMEN

A partir del fragmento propuesto responda a las cuestiones planteadas:

“A los pocos días de frecuentar el hospital, Andrés se inclinaba a creer que el pesimismo de Schopenhauer era una verdad casi matemática. El mundo le parecía una mezcla de manicomio y de hospital, ser inteligente constituía una desgracia, y solo la felicidad podía venir de la inconsciencia y de la locura. Lamela, sin pensarlo, viviendo con sus ilusiones, tomaba las proporciones de un sabio.”.


  1. Caracterice a los personajes de El árbol de la ciencia (80 palabras).
  2. Justifique por qué es una novela existencial (80 palabras).
  3. Relacione cada uno de los momentos o frases de la novela con la parte a la que pertenece:

      
        1. Andrés conoce a Lulú.         
      a.    “La vida de un estudiante en Madrid” (Parte 1ª)


            2.    Luisito muere
        b.    “Las carnarias” (Parte 2ª)


         3.    Los ratones y los Mochuelos alternaban en la política municipal
     c .    “Tristezas y dolores” (3ª parte)

          4.    “Por una de estas anomalías clásicas de España…”

        d.    “La experiencia en el pueblo” (5ª parte)


        5.    “Pero había en él algo de precursor”

         e.    “La experiencia del hijo” (7º parte)


Comentarios

Entradas populares de este blog

TEMA 6 LA DESCRIPCIÓN

COMENTARIO DE UN TEXTO NARRATIVO

LITERATURA 3ª EVALUACIÓN BLAS DE OTERO